La meningitis bacteriana es un proceso inflamatorio
agudo de las leptomeninges ocasionado
por bacterias; cursa típicamente con líquido
cefalorraquídeo (LCR) turbio o purulento, con
intensa pleocitosis y claro predominio de polimorfonucleares.
Es más frecuente en lactantes
y preescolares y más rara por encima de los 10
años. En la última década, se han producido
importantes cambios en la epidemiología de la
infección en nuestro medio por la introducción
de las vacunas conjugadas contra Haemophilus
influenzae b, Neisseria meningitidis C y Streptococcus
pneumoniae. La disminución en la incidencia
de meningitis por estas bacterias, junto
con la introducción de nuevos métodos diagnósticos
y modernos antibióticos, ha hecho
que el pronóstico de la infección haya mejorado,
aunque la mortalidad y las complicaciones
siguen siendo importantes. La meningitis bacteriana
es una de las principales causas de sordera
neurosensorial, epilepsia y retraso psicomotor
en la infancia y su mortalidad alcanza el
4,5% en países desarrollados.
Las bacterias que ocasionan meningitis colonizan
la nasofaringe, desde donde pasan a través
de la sangre o soluciones de continuidad al sistema
nervioso central. La liberación de componentes
de la membrana o pared celular bacteriana
estimula a los astrocitos, células de la
microglía y el endotelio vascular, que producen
gran cantidad de citocinas proinflamatorias. La
respuesta inflamatoria aumenta la permeabilidad
de la barrera hematoencefálica por lesión
del endotelio vascular. Ello desencadena la entrada
masiva de leucocitos en el espacio subaracnoideo,
y se produce edema cerebral, aumento
de la presión intracraneal y disminución del flujo
sanguíneo cerebral. Todo ello produce hipoxia,
aumento del metabolismo anaerobio con
producción de lactato y disminución por consumo
de glucosa. Si el proceso continúa, el daño
endotelial desencadena trombosis vascular, lo
que disminuye más el flujo cerebral local y produce
zonas de isquemia e infarto cerebral.
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